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Amanecer

En los años 20 y principios de los 30, aún sin medios sonoros, los actores y actrices lo decían todo en sus actuaciones sin sonido alguno. Con su sobreactuación, podíamos escuchar y ver sus sentimientos, sus pensamientos y sus sueños. Con realismo o Surrealismo, los personajes ilusionistas o críticos, nos hablaban de sus vidas sin voz.


Estas son las películas que he mantenido en mi memoria durante años, y a continuación expongo toda esta información que he ido recogiendo de cada una de ellas. Es una pequeña guía, para el lector que quiera saber si se ha dejado alguno de estos filmes por ver, o si desea conocer más sobre su ficha técnica, o simplemente, hacer un recorrido por los años del cine, y recordar conmigo las películas de su vida.




Amanecer (1927). Dir. por F.W. Murnau. Intérpretes: George O´Brien, Janet Gaynor, Margaret Livingston, Bodil Rosing, J. Farrell MacDonald.
OSCAR: Dir. Artística, fotografía y Secundaria Janet Gaynor.


El primer Oscar de la historia fue para la actriz de esta película de 1927, Janet Gaynor. La primera edición y la primera Mejor actriz de la historia de Hollywood. Pero lo más preciso es destacar el oscar por la extraordinaria producción artística de Murnau. Esta película la trajo bajo el brazo el director alemán, cuando se trasladó a EE UU a trabajar para William Fox, -en Alemania ya había sido famoso por Nosferatu, el vampiro (1922)-, con lo cual era una cinta alemana, y los escenarios podían ser cualquier lugar–es curioso que en el prólogo, se avisa de este tema de localización incierta-. Es un drama, una lucha entre el deseo obsesivo y la inocente bondad, el temor y el amor. Al ser una película sin sonido, con subtítulos breves, hay que dar más importancia a las actitudes, gestos y acciones de los protagonistas. El trabajo de cámara es muy bueno, al que le acompaña un juego de trucos de fotografía. Amane
cer (Sunrise) no tuvo éxito, pero con los años se ha convertido en uno de los títulos imprescindibles en las filmotecas de cine clásico.


El acorazado Potemkin (1925). Dir. por Sergei M. Eisenstein. Intérpretes: Alexandre Antonov, Vladimir Grigorievitch Barsky, Grigori Alexandrov, Mikhail Gomarov.

Cuando estudié la asignatura de Historia en la Universidad, El acorazado Potemkin aparecía como icono en el capítulo de la Revolución rusa y de las discrepancias entre el capitalismo y el nuevo régimen oriental. No se podía dejar de hablar de esta gran obra de Sergei Eisenstein, y los que realmente queremos aprender con el cine, no podemos dejar de verla. No es sólo un filme, sino que es el símbolo de un cambio político e ideológico que se estaba produciendo a nivel mundial. Es una especie de docudrama, aunque no es fiel a la verdadera realidad, pero el director sí que consigue mostrar el deseo de un pueblo de conseguir la libertad, y dejar de estar hambrientos y oprimidos. Eisenstein juega con diferentes elementos: con las expresiones individuales de personas que sufren (una campesina con un ojo sangrante, cristales rotos de las lentes, rostro horrorizado), pero también con la colectividad, la masa moribunda en Odessa, las luces y símbolos, el dramatismo y la fuerza emotiva. Está considerada como la mejor película soviética a nivel emocional. Muy recomendable.

Potemkin


Freaks (La parada de los monstruos) (1932). Dir. por Tod Browning. Intérpretes: Wallace Ford, Leila Hyams, Olga Baclanova, Roscoe Ates, Henry Victor.

Magistral obra basada en en la novela “Spurs”, una cinta de terror muy alejada de otras del mismo género como Frankenstein, La Momia o Drácula. Freaks, de Tod Browning tiene elementos que la convierten en película de culto, incluso de ciclo de cine fórum, de análisis psicológico y documental. Lo más aterrador es que los personajes, a diferencia de la momia que es un monstruo irreal, en La parada de los monstruos son actores con unas malformaciones físicas y sensoriales que dan verdadero estupor. 

Freaks

Y todos ellos conforman un circo de las monstruosidades, expuestos al público, para mofa, escarnio o provocación. Combinado todo con la propia vida de estos seres, que aman, ríen, lloran y se odian entre ellos. Es una película que no ha llegado a cuajar como éxito de los años 30, pero la recomiendo no por su freakismo aterrador, sino por su sensibilidad al tratar el tema de las personas que son “diferentes” .



El chico (1921). Dir. por Charles Chaplin. Intérpretes: Charles Chaplin, Edna Purviance, Jackie Coogan, Carl Miller, Tom Wilson, Henry Bergman.

Uno de los “clásicos” por excelencia del gran genio por antonomasia del cine cómico, que supuso incluso un mayor éxito, reconocido por el mismo Charles Chaplin en su autobiografía, después de su estreno en Nueva York.

El chico (1921) ya no nos presenta únicamente al vagabundo Charlot en sus andanzas hilarantes por el mundo –tampoco los estudios querían verlo actuar solo en largometrajes-, sino que comparte el protagonismo con su alma gemela, un niño huérfano convertido a golfillo, obligado a hacer diabluras para poder sobrevivir, y que encuentra en Charlot la ternura y la protección paterna.

El chico
Es una película que mezcla la bufonada con el drama-sátira de una sociedad empobrecida y cruel, sobretodo con los más débiles, los niños.

En el aspecto negativo, la cinta también fue criticada ya que algunas secuencias con efectos de fantasía (o ensoñación) están tan mal hechas que llegan a desprestigiar al gran maestro de la crítica social. Estas escenas se nos presentan como algo extraño en la pantalla.

El gran triunfo de The Kid fue recaudar el costo total de la película (más de doscientos mil dólares), y reembolsarlo múltiples veces. Un apunte más: Jackie Coogan fue un niño prodigio, llegando a convertirse en millonario, para acabar siendo en su madurez un actor mediocre y fracasado.

El ladrón de Bagdad (1924). Dir. por Raoul Walsh. Intérpretes: Douglas Fairbanks, Julianne Johnson, Anna May Wong, Sojin, Snitz Edwards, Charles Belcher.

En un principio, cuando ves El ladron de Bagdad te parece que te vas a dormir del aburrimiento. Esta película, según algunos críticos, está inspirada en los espectáculos expresionistas alemanes de posguerra, donde se daba más importancia a la estética que al papel de los actores. La película se salva gracias a la exuberancia interpretativa de Douglas Fairbanks (otro acróbata precedente de Burt Lancaster), un personaje aventurero, mitad bravucón mitad playboy (sólo hay que verlo con el torso desnudo, cinta en la frente, y pendiente largo en la oreja con la exótica princesa, interpretada por Anna May Wong).

Aparte del excelente trabajo de Fairbanks, visualmente puede parecer un pastiche, con escenarios fríos e irreales, pero la escena final de la alfombra sobrevolando esa mágica y fascinante ciudad de Bagdad, proyectando sus sombras sobre tejados y minaretes reflectantes, nos hace cambiar de opinión, gracias al genio del diseño cinematográfico, William Menzies, que nos hace creer que no se trataba de una simple superposición de imágenes.


Bagdad

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